Es imposible para mí
no comenzar con la pintura. Es una forma espectacular de representar los
sentimientos, los deseos y los tiempos. Cada artista tiene su propia técnica,
su estilo, pero todos ellos buscan con sus cuadros decir algo.
He querido abrir mi
primera entrada con la imagen pintada por el maestro Anton Van Dyck, Carlos I
de Inglaterra. Este pintor holandés, uno de mis favoritos, se caracterizaba por
un estilo propio de su época, con cuadros realistas y rostros expresivos. Fue
autor de diversos cuadros religiosos y mitológicos, pero fue conocido sobretodo
por su trabajo como pintor de cámara de la corte del rey inglés Carlos I. Murió
joven, pero aún así fue capaz de deleitarnos con más de mil quinientas obras
que nos permiten conocer un poco más tanto la sociedad italiana del siglo XVII
como a la nobleza británica de la misma época.
Los retratos eran su
especialidad, de eso no hay duda. Era capaz de pintar cada uno de los rasgos
propios de un rostro y conseguir expresiones de todo tipo. Un ejemplo de ello
es este retrato de Carlos I. Le pintó muchos y muy diversos durante su estancia
en Inglaterra, pero este es uno de los que más me gustan.
El cuadro fue
pintado en óleo en 1635 en Inglaterra, aunque actualmente se conserva en el
Louvre en París. Hay una armonía perfecta entre cada uno de los elementos del
cuadro: el rey, el caballo, los pajes y el paisaje que actúa de fondo.
Representa al rey en un descanso durante una jornada de caza, sin los atributos
propios de un monarca. Su atuendo es más propio de un campesino que de un
miembro de la realeza, pero la expresión de arrogancia que devuelve a aquel que
le observe denota el poder del rey.
El caballo haciendo
una reverencia a su izquierda es digno de mención. No sólo porque se trata de
un caballo majestuoso, pintado con precisión y detalle, sino también porque se
encuentra inclinado hacia el monarca, mostrándole humildemente que está para servirle.
Es un signo inequívoco del poder absoluto de los reyes ingleses en ese tiempo.
El cuadro es algo
más oscuro que la imagen, lo que permite apreciar una luz dorada que ilumina la
imagen de una forma similar a como lo hacía Tiziano, del que el maestro Van
Dyck fue gran admirador, llegando incluso a copiar algunas obras durante su
estancia en Italia. Todo se encuentra desarrollado en un paisaje perfectamente
empleado para darle protagonismo al monarca.
Incluso aunque el
rey se encuentra algo situado a la derecha dentro del cuadro, es imposible no
fijar la atención en él. Los elementos le rodean mientras él fija su mirada en
el espectador. El árbol deja caer sus ramas sobre su cabeza, las hojas a sus pies
florecen hacia él, el más joven de sus lacayos, de perfil, mira hacia el horizonte en su dirección.
No hay duda de que
fue un monarca poderoso, e incluso sin conocer nada de su historia, Van Dyck
nos permite conocer esta faceta del monarca a través de su pintura. Una gran
obra con la que despertarnos esta mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario