domingo, 15 de septiembre de 2013

Carlos I de Inglaterra, Van Dyck

Es imposible para mí no comenzar con la pintura. Es una forma espectacular de representar los sentimientos, los deseos y los tiempos. Cada artista tiene su propia técnica, su estilo, pero todos ellos buscan con sus cuadros decir algo.

He querido abrir mi primera entrada con la imagen pintada por el maestro Anton Van Dyck, Carlos I de Inglaterra. Este pintor holandés, uno de mis favoritos, se caracterizaba por un estilo propio de su época, con cuadros realistas y rostros expresivos. Fue autor de diversos cuadros religiosos y mitológicos, pero fue conocido sobretodo por su trabajo como pintor de cámara de la corte del rey inglés Carlos I. Murió joven, pero aún así fue capaz de deleitarnos con más de mil quinientas obras que nos permiten conocer un poco más tanto la sociedad italiana del siglo XVII como a la nobleza británica de la misma época.


Los retratos eran su especialidad, de eso no hay duda. Era capaz de pintar cada uno de los rasgos propios de un rostro y conseguir expresiones de todo tipo. Un ejemplo de ello es este retrato de Carlos I. Le pintó muchos y muy diversos durante su estancia en Inglaterra, pero este es uno de los que más me gustan.

El cuadro fue pintado en óleo en 1635 en Inglaterra, aunque actualmente se conserva en el Louvre en París. Hay una armonía perfecta entre cada uno de los elementos del cuadro: el rey, el caballo, los pajes y el paisaje que actúa de fondo. Representa al rey en un descanso durante una jornada de caza, sin los atributos propios de un monarca. Su atuendo es más propio de un campesino que de un miembro de la realeza, pero la expresión de arrogancia que devuelve a aquel que le observe denota el poder del rey.

El caballo haciendo una reverencia a su izquierda es digno de mención. No sólo porque se trata de un caballo majestuoso, pintado con precisión y detalle, sino también porque se encuentra inclinado hacia el monarca, mostrándole humildemente que está para servirle. Es un signo inequívoco del poder absoluto de los reyes ingleses en ese tiempo.

El cuadro es algo más oscuro que la imagen, lo que permite apreciar una luz dorada que ilumina la imagen de una forma similar a como lo hacía Tiziano, del que el maestro Van Dyck fue gran admirador, llegando incluso a copiar algunas obras durante su estancia en Italia. Todo se encuentra desarrollado en un paisaje perfectamente empleado para darle protagonismo al monarca.

Incluso aunque el rey se encuentra algo situado a la derecha dentro del cuadro, es imposible no fijar la atención en él. Los elementos le rodean mientras él fija su mirada en el espectador. El árbol deja caer sus ramas sobre su cabeza, las hojas a sus pies florecen hacia él, el más joven de sus lacayos, de perfil, mira hacia el  horizonte en su dirección.


No hay duda de que fue un monarca poderoso, e incluso sin conocer nada de su historia, Van Dyck nos permite conocer esta faceta del monarca a través de su pintura. Una gran obra con la que despertarnos esta mañana. 

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